jueves, 13 de marzo de 2014

Viajeras


Amelia y yo nos tomamos unas largas vacaciones. Lo largo de las vacaciones tiene que ver con los más de 7000 kilómetros que separan México, que es donde está casi toda mi familia, de Jujuy, en donde actualmente vivimos. Y es que el viaje toma, por lo menos, unas veintisiete horas, cronometradas desde la puerta de nuestra casa en San Salvador de Jujuy, hasta la puerta de la casa de mi abuela en la Ciudad de México. En el medio hubo un viaje de dos horas en auto hasta Salta, un vuelo nacional, un cambio de aeropuerto, dos vuelos internacionales, y media hora en taxi hasta casa de mi abuela. El trayecto de vuelta incluyó, además, una espera de once horas en Buenos Aires. Toda una aventura.

Tanto trajín con un bebé no es fácil. Sobre todo con tanto cambio de medio de transporte. Me imagino que hacer todas esas horas en un solo vuelo, por ejemplo, sería mucho más sencillo, pero el abordar, bajar, entrar, salir, subir, ir y volver hacen que sea casi imposible. Lo que me alivianó mucho todo eso fue justamente el fular rojo, que viajó con nosotras todo el camino.

Por supuesto, Amelia iba feliz, porque iba a upa todo el tiempo. Los trayectos en los aviones no resultaron tan pesados porque ella iba, la mayor parte del tiempo, dormida en mis brazos. Pero los cambios de vuelo habrían sido horribles sin el fular. La ventaja de éste sobre la carriola es que tenía a la bebé todo el tiempo conmigo, me dejaba las manos libres para coger las maletas, podía hacer los traslados rápido, y finalmente, ella estaba mucho más tranquila al saberse cerquita de su mamá.

Claro que también tiene desventajas. La principal es que no hay donde dejar al bebé para que mamá vaya al baño. De hecho, las instalaciones sanitarias en varios aeropuertos dejan mucho qué desear. En Ezeiza (Buenos Aires), por ejemplo, hay un privado en donde puedes cambiar con toda tranquilidad al bebé, lo cual es muy bueno porque Amelia escucha el secamanos y se pone loca, así que la privacidad fue buenísima, lo que no tuvimos en el aeropuerto de Santiago de Chile, donde a duras penas hay cambiador, eso sin mencionar que ahí el baño estaba muy, muy sucio. En Lima nos tuvimos que meter al baño de discapacitados porque de plano el concepto de canguro (una sillita en donde puedes poner al bebé mientras mamá va al baño) no existe, o al menos yo sólo la vi en México, y lo mismo en Aeroparque (Buenos Aires). En esos dos, por lo menos, el baño es privado y puede una maniobrar más fácilmente con su bebé.

La gran aventura de Amelia y su fular rojo fue maravillosa. Y viajar con el fular lo fue también. Por supuesto, la espalda de mamá es la que más sufrió, pero esa es otra historia. Recomiendo ampliamente usar un fular para viajes ajetreados. Facilita la vida y el bebé va un poco más contento. Ah, y que no se olvide decir que el personal de LAN en tierra y en los aviones son un pinche encanto, ¡recomendadísimo viajar con ellos si van o vienen a toda Latinoamérica!

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