viernes, 7 de marzo de 2014

Un aplauso


Mañana se conmemora el día de la mujer trabajadora. Escribo este post hoy, porque mañana probablemente estaré lavando platos, tendiendo ropa, jugando con Amelia o cocinando, y seguramente no tendré tiempo. Por supuesto, yo no trabajo. Por ahora soy mamá de tiempo completo. Y esa perorata de que las mamás que se quedan en casa también trabajan, ya me aburre, no porque no sea cierta, sino porque no cambia nada: yo seguiré teniendo un día igual al anterior, sin fines de semana ni feriados, no le veré el fin a una taza de café caliente, ni tendré ánimo al final del día para darme un masaje en los pies.

Por muy estresante, extenuante y frustrante que sea, ser mamá de tiempo completo no es un trabajo. No hay una felicitación de tu jefe por un trabajo bien hecho, no hay un cheque al final de la quincena para ese par de zapatos que no necesitas pero cómo te gustaría tener, no hay al fin es viernes ni pinche lunes, ni un coffe break para chismear con las amigas. A pesar de eso, tiene su lado bueno, la verdad. No tienes que estar dándole los buenos días a gente que te choca y que deliberadamente pone obstáculos a tu trabajo, no tienes que tragarte la impotencia de que tu jefe brille gracias a tu trabajo y tú sólo recibiste un “gracias”, ni tampoco tienes que hacer bilis cada quincena porque el aumento de sueldo que te prometen nunca llega y sigues ganando menos que el tipo que se supone hace lo mismo que tú pero no hace nada, pero es bien cuate de tu jefe y pues ni modo.

Dije ventajas, pero parece que hagas lo que hagas, estás jodida: sales a chambear y eres menospreciada aunque tu trabajo sea sobresaliente; te quedas en casa y nadie aprecia tu trabajo, porque no es trabajo y porque se supone que es lo que tienes que hacer ya que estás ahí. Ser mujer sigue siendo difícil y jodido, aunque en el mundo “civilizado” ya es un poquito menos, pero el hecho de que haya un día en el que se recuerde que las mujeres tenemos derechos ya hace suponer que no los tenemos del todo y qué difícil, qué jodido, qué mal está eso.

Yo pensaba en todas estas cosas, sobre todo en lo que me toca, que es quedarme en casa y lidiar con mucha frustración, impotencia y sobre todo cansancio. Y de repente un día Amelia, recién con ocho meses de edad, estaba sentadita jugando, mirando la tele, platicando y cantando a su manera, y así, de la nada, puso sus manitas juntas y empezó a aplaudir. Y dejé de pensar en esas cosas que de todas maneras ahí van a seguir y me sentí muy feliz y orgullosa y ese aplauso se sintió como una ovación de pie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario