lunes, 28 de octubre de 2013

No te embaraces


¿Te preocupan las estrías, las várices, los pies hinchados, el sobrepeso? No te embaraces.

En todas las publicaciones que leí sobre el embarazo, los cambios del cuerpo parecen ser una preocupación constante, y se publican mil y un remedios para evitarlos. Pero la verdad es que hay que darlos por supuesto: si estás embarazada, vas a tener los pies hinchados como globo, van a salirte várices, vas a tener estrías, y desde luego vas a subir de peso. Y es probable que una vez que nazca tu bebé, quedarán algunas de esas marcas.

En lo personal, todo esto no me molesta. Vaya, sí que era molesto tener los pies hinchados y tener que decirle a mi marido que me ayudara a quitarme los zapatos, pero aparte de eso, no me importa, por ejemplo, tener un par de estrías en la barriga. A fin de cuentas, nadie va a mirarme la panza (aparte de mi marido), y unos kilos de más no son problema, mientras no sean un problema de salud. Lo que si me molesta bastante es leer en estas publicaciones una especie de urgencia por evitarlas, como si la estética fuera un problema mucho más importante que todo lo demás que experimenta el cuerpo con el embarazo, que es más maravilloso que problemático.

No sé si fue suerte, pero yo no tuve tantos de esos problemas, supongo que debido a que practiqué yoga durante todo el embarazo. Pero no lo practiqué por esos problemas, sino por gusto, y el hecho de que no tuve várices, ni muchas estrías, ni los pies desmesuradamente hinchados, ni demasiado sobrepeso, ni problemas de postura o movilidad, fueron externalidades positivas por la práctica del yoga. Con casi nueve meses de embarazo, subía y bajaba de los camiones como si nada, y aunque ya sentía mucho el peso en las piernas, podía todavía dar largas caminatas sin problemas.

Así que diría que sí, esos cambios que según el canon afean el cuerpo, son inevitables, pero un ejercicio como el yoga ayuda a que no sean un problema, sobre todo un problema de salud. Si te vas a embarazar, ten por seguro que tendrás estrías; si quieres un cuerpo perfecto, mejor no te embaraces y dale al gimnasio. Si en cambio, estás embarazada, practica yoga: es de lo mejor para el cuerpo (y el alma).

Por lo pronto, les dejo una rutina de yoga para embarazadas:

viernes, 25 de octubre de 2013

Cesárea necesaria


Una de las cosas que yo daba por supuesto cuando me embaracé, es que iba a parir normalmente, pero a último momento, más o menos la última semana y media de gestación, mi médico indicó con cierta preocupación que teníamos que ir a cesárea un tanto urgentemente, porque Amelia tenía un enredo con el cordón umbilical: en la ecografía se mostraba una vuelta al cuello que a la semana siguiente fueron dos, y cuando la sacaron el médico descubrió que más bien estaba toda enredada como trompo chillador.

Aunque las cesáreas son un procedimiento quirúrgico popular y bien estandarizado, no creo que haya nada natural en ser cortada al medio. Tan mal dispuesta estaba para la operación que la noche previa me dio un ataque de pánico en el súper (el médico indicó que hiciera mi vida “normal”), justo en mitad del pasillo de las galletas. Y no era para menos. La experiencia de estar más o menos sedada y más o menos atada en ese lugar frío y feo que son los quirófanos es poco menos que aterrador. No me explico cómo hay mujeres que voluntariamente prefieren eso que pasar por el trabajo de parto; yo, sin conocer lo segundo, odié tanto lo primero que mi cuerpo reaccionó con bastante furia: días después, se me acumuló líquido en la herida, así que hubo que abrir un punto y drenar por varias semanas, me dio una gastritis que ni en mis días más pesados de estudiante universitaria, y en general me sentía morir. Fue horrible.

Ahora una anécdota. Durante mi embarazo, asistí a la proyección de una peli sobre partos naturales ofrecida por una organización que los promueve acá en Jujuy: Qespikuy. Al final, hubo una especie de debate entre las asistentes, y me llamó la atención que mencionaron que la mayoría de las cesáreas se hacen en clínicas privadas, a las que obviamente tienen acceso mujeres con mayor poder adquisitivo, y quieres, es de suponerse, también tienen acceso a más información. Esa información, se supone, es que dar a luz de manera natural es mucho más beneficioso para el bebé, para la mamá, y en general para la familia. Recuerdo que Martha Sañudo, investigadora del Tec, estudiaba el fenómeno de las cesáreas innecesarias en Monterrey (decía que Monterrey es la capital mundial de la cesárea), y recuerdo que comentaba que había mujeres que la programaban en función de que el cumpleaños número cinco del bebé cayera en sábado, para poder hacerle la fiesta. Todo esto me hace alzar las cejas y pensar en muchas cosas, como que el sector de mayor poder adquisitivo no necesariamente tiene acceso a toda la información porque no quiere, eso sin mencionar que las decisiones no siempre se basan en la información disponible sino más bien en las creencias de las personas. En fin, que da en qué pensar esta cuestión.

Hasta ahí la anécdota. El caso es que odié la cesárea. Odio que tengo un agujero justo en medio de mí (ahora soy una rosquilla, ja), y recuerdo todo lo que hubo en torno a eso y quiero patear a alguien. Supongo que es para conservar el balance del Universo: después de todo, lo que más amo en el mundo (Amelia), viene de lo que más odio.

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jueves, 17 de octubre de 2013

¿Qué tienes ahí?


Más exactamente, la pregunta es “¿qué tenés ahí?”, y es la pregunta inevitable cuando la gente me ve con Amelia cargada en el fular como un cangurito. Hay quieres amplían: “¿mascota o bebé?”, y no faltan los que insisten en asomarse para cerciorarse de que se trata de un bebé y quieren ver cómo viaja. A mí ya hasta me parece normal que en una salida cualquiera, por muy cerca o lejos que vaya, al menos una persona se acerque a preguntar sobre el fular y me haga conversación al respecto.

A las que más les despierta curiosidad es a las mujeres: parece que ese es el efecto que tienen todos los cachorros, humanos y no humanos, en nosotras (de ahí que pasear un perrito sea un imán para atraer chicas, ojo solteros). Después de vernos a Amelia y a mí, concluyen que ella va muy a gusto, muy calientita, muy feliz, y sí, todo eso es verdad: a mi Conejita le encanta salir a pasear en el fular, pero además tiene otras ventajas, según me informan.

Dicen que si los bebés humanos no necesitasen ser cargados, sabrían caminar desde nacer, igual que el resto de los cachorros animales. Es decir, contrario a la creencia de que el bebé debe pasar tiempo sobre la cuna, sobre la carriola, sobre la sillita, (aunque esté morado de tanto llorar), el bebé necesita ser cargado, y por eso un fular o algún otro método de porteo son ideales. Según se dice, un bebé que es porteado (o cargado), desarrolla más confianza y seguridad en sí mismo y en su cuidador, ayuda con los cólicos, ayuda con el desarrollo de su postura, entre otros beneficios que pueden ustedes consultar aquí -> http://tinyurl.com/n2db9ux

Yo no sé si mi neurosis se debe a que mi mamá nunca me llevó en un fular, pero por las dudas, mi Conejita viajará ahí mientras me dé la espalda para alzarla, aunque todo el mundo me dice que debería dejarla llorar y no alzarla (imagino que esperan que la atienda con mi poderosa telequinesis, ja). Además, me gusta que la gente que nos ve en la calle se sorprende y, por lo menos, se sonríe. Es gratificante provocar sonrisas.

jueves, 10 de octubre de 2013

¿Bebé vegetariana o no?

Luego de hablar de mi embarazo vegetariano, y de insinuar que Amelia podría ser criada de esa forma, una de mis amigas sugirió “ojalá la dejes probar de todo y luego que ella decida”. Como es el tipo de argumento que nos echa a andar a nosotros los eticistas (especialistas en ética, lo que sea que eso signifique), me quedé pensando en eso, y ahora comparto algunas ideas, nada más porque sí.

Hay que decir que el vegetarianismo puede ser defendido desde varias posturas, y no porque necesite una defensa, sino porque en nuestros países occidentalizados la norma no es evitar los cárnicos, así que necesitamos justificar esa omisión, sobre todo ante nosotros mismos. Algunos lo defienden por que hay que tener una consideración moral hacia otros seres sintientes, y comerlos no es precisamente muy considerado. Otros, por una cuestión ecológica: la industria cárnica es la más contaminante del mundo (mi marido dirá que no, pero chequen Home y después hablamos), así que aportan su granito de arena no consumiendo carne. A mí lo que me convenció es una cuestión de salud: desde que no como carne, hace ya unos cuatro años, duermo mejor, me siento con más energía, mejoraron mi cabello y mi piel, perdí peso, y en general me siento mucho mejor. El argumento de salud a mí me convence y me hace pensar que debería criar a mi hija en el vegetarianismo por esa misma razón.

¿Qué hay con el “déjala probar de todo y que ella decida”? Cuando digo que no, que ella no va a decidir porque va a hacer lo que yo quiera porque soy su madre, etcétera, etcétera, no es porque me salga la derecha represora (como piensa mi marido), sino una cuestión lógica, más bien. Por llevar el argumento al extremo, podría preguntar: ¿Por qué no celebramos el Ramadán, el Hanukkah y la Navidad y dejamos que ella decida si quiere ser musulmana, judía o católica? Sencillamente porque no somos ni judíos ni musulmanes, somos católicos y celebramos la Navidad, y seguramente Amelia va a esperar a Santa en nochebuena. Como no me siento capaz de enseñarle a mi hija cosas que no practico o desconozco, no voy a celebrar el Ramadán y tampoco le voy a dar carne.

A nivel argumental, esa sería la respuesta lógica. Todavía no decido si Amelia será criada vegetariana, faltan algunos meses para que siquiera pueda probar alimentos sólidos, pero creo que el ejercicio mental me hacía falta: en este tipo de discusiones no se le puede ganar a un bebé de tres meses. Con los lectores es un poco más fácil.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Mi embarazo vegetariano



He descubierto que ser vegetariano, del Río Bravo para abajo, es toda una prueba de paciencia. No sólo debes enfrentarte a las miradas incrédulas de la gente a la que amablemente informas que no comes carne; debes además educarlos, diciéndoles cosas como que el jamón sí es carne, así como también el pollo. Lo más trágico es la falta de opciones en los menús de los restaurantes, y ni qué decir en las comidas con amigos y familiares, que creen que, seguramente, una comida vegetariana consta solamente de lechugas. La incomprensión hacia los vegetarianos, los nuevos parias de la sociedad posmoderna, se incrementa exponencialmente cuando estás embarazada: se asume que debes comer carne porque tu bebé necesita carne porque es así y pues ni modo.

Mi gine me mandó a la nutrióloga para que me controlara por mi vegetarianismo, y me hizo sentir como que otras embarazadas no necesitan control de su alimentación, o como si el vegetarianismo fuese contagioso y se le fuese a pegar a mi bebé. La nutrióloga, toda una incomprendedora (ya sé, marido, que esta palabra no existe, pero, ¿cómo llamarles?), cada que me veía insistía en que probara carne, “aunque sea un poquito”, como si uno pudiera ser “poquito” vegetariano. En familia, debo decir, esos comentarios son frecuentes, pero a la nutrióloga no la tengo que soportar así que por supuesto dejé de verla antes de que se acabara el primer trimestre de mi embarazo.

La verdad es que no “necesitas” comer carne, ni cuando estás embarazada, ni antes, ni después, ni nunca. Necesitas proteínas y hierro, y no nada más se encuentran en la carne. No soy una vegana talibán, así que bebo leche y como huevo para las proteínas; las leguminosas y los vegetales de hoja verde aportan mucho hierro; combinar bien los alimentos ayuda a tener todo lo que necesitas, y los suplementos vitamínicos que de todas maneras deben tomar las embarazadas complementan todo lo demás.

De sobra está decir que durante mi embarazo siempre estuve bien: no padecí para nada de anemia (lo cual es bastante común en el tercer trimestre, según me informan), y mi Conejita nació con buen peso y muy sana (incluso la dieron de alta antes que a mí cuando nació). Así que todos esos focos rojos que el médico, y mi marido, y mi familia prendieron cuando anuncié mi embarazo “vegetariano” fueron todos una faceta más de la incomprensión. Hasta ahora, esa incomprensión no se ha extendido a la lactancia (aparte de la invitación habitual a probar carne, la cual amablemente declinaré hasta que se me acabe la paciencia), pero ya la veo venir cuando sea tiempo de que Amelia diversifique su menú. Ya veremos…

miércoles, 2 de octubre de 2013

Sin tetas no hay Conejita

La idea de tener un bebé es la idealización de una realidad muy distinta a lo que uno puede imaginarse. A mí en lo personal ni me pasaban por la cabeza muchas cosas, y quizá una de ellas era la cuestión de la lactancia. Daba por sentado que había que darle la teta al bebé, pero los cómos y cuándos y por qués no se me ocurrieron nunca.

Una de las cosas que descubrí sobre la marcha es que la lactancia duele (el amor duele, dice mi marido). Duele más de lo que me imaginé (que era nada), y mucho más de lo que podría explicar (que es poco). Además, darle la teta al bebé no es tan automático como uno pensaría: aunque el bebé sabe succionar, no necesariamente sabe cómo agarrar la teta, y una no sabe exactamente cómo dársela. El proceso de aprender también duele, dicho sea de paso, sobre todo cuando todas las enfermeras del ala de maternidad vienen a apretarle a uno las tetas una y otra vez en un intento de mostrar que “sí sale un poquito”, cuando en realidad al principio no salía nada (una desventaja de las cesáreas, según me informaron).

Lo que en esas dolorosas primeras semanas me funcionó (poquito) fue la crema de caléndula para aliviar el ardor. También un implemento curioso: un protector de pezón que vende Avent y que previene el roce de la ropa, lo cual es un alivio cuando uno tiene la teta dolorida e hinchada por la succión. Pero lo que más funciona es la resignación: duele, duele, duele, pero hace bien poner al bebé a la teta porque a fin de cuentas la leche materna (poca o mucha) le aporta muchos beneficios a su salud. Es un dolor “para algo”, y me parece que la salud de mi Conejita es un algo bastante importante como para soportar el dolor.

Lo bueno es que con el tiempo, el dolor pasa, la leche fluye, el bebé come sin mucho drama y la lactancia se disfruta. Y es un momento muy lindo para compartir con mi Conejita, así que diría que el dolor "valió la pena".

martes, 1 de octubre de 2013

Hay días y días


Hay días en los que ser mamá es una delicia. Me encanta despertar por la mañana y verla dormidita, tan tranquila, a mi lado. Adoro despertarla y mirar cómo abre los ojitos y me sonríe cuando le doy los buenos días y la llamo. Me fascina pasar tiempo con ella y observar cómo se bebe el mundo porque todo le parece nuevo, como recién creado sólo para ella. Darle la teta es genial, más ahora que ha descubierto sus manitas y me acaricia las mías mientras come. Me vuelve loca de felicidad cuando se carcajea mientras jugamos, y es un deleite ponerla en el fular y salir a pasear con ella, sintiendo su cuerpecito contra el mío mientras ella mira todo lo que pasa alrededor nuestro.

Pero hay días como hoy en los que me toco una oreja y no me alcanzo la otra, porque mi Conejita, al parecer, tiene un catarro que la trae molesta y no para de llorar y ya no adivino ni qué quiere, ni cómo lo quiere, ni cuándo. Es de esos días en los que quiero llorar a la par de ella, pienso que qué diablos estaba pensado, que ser mamá es una realidad que me sobrepasa y que quiero descansar, porque mis días son iguales uno al otro y no paro, no tengo tiempo ni de cortarme las uñas (aunque sé que podría lastimarla por traerlas largas), y todo lo que quiero son veinte minutos para darme un baño y tranquilizarme, porque estoy segura de que yo la pongo todavía más histérica.

Pobre Conejita. Ojalá se acaben los días como hoy.